viernes, 25 de noviembre de 2011

Capítulo 8 / El despertar

La desesperación se adueñó de Jul y el propio agotamiento y la fatiga del aislamiento acabaron por rendirlo y se durmió, sin darse cuenta, sostenido por las ataduras que lo unían a los maderos del aspa en al que lo torturó su amo.

Nada más amanecer, Manuel entró en la cueva sin hacer ruido. Iba cubierto por un batín de baño solamente y sus pectorales cubiertos de vello oscuro y espeso resaltaban entre la blancura de la felpa. No se había afeitado pero olía a jabón de baño, refrescando el aire viciado por su propia perversidad. Se acercó al chico, aún dormido y extenuado, y aspiró su sudor helado besándole la boca. No podía despertarlo porque lo quería inerte como un muñeco de trapo para deleitarse en su pasión por él, sin ningún testigo de su amor. Pero el muchacho presintió en sueños que había vuelto su amo y levantó la cabeza buscándolo con el olfato. Manuel le retiró la venda y lo miró a los ojos, que se entreabrieron brillantes de alegría para decir: “Mi señor”.

Manuel liberó los genitales del muchacho y le sacó despacio las bolas chinas que permanecían dentro del culo de su esclavo. El chaval no sentía sus miembros entumecidos pero flotaba al contacto de su dios. Manuel se pegó al cuerpo de Jul, apoyando el pecho del joven en sus hombros, y con extremo cuidado fue desprendiendo sus brazos y sus piernas de los maderos, sujetándolo como aun niño herido. Jul apoyó la cabeza en el pecho de su señor y éste lo alzó del suelo llevándoselo en brazos.

Jul sólo respiraba el cuerpo de su amo y el resto del mundo dejó de existir para el muchacho. Manuel lo acostó en su cama y se reclinó a su lado completamente desnudo. Era la primera vez que Jul lo veía así, sin ropa, mostrándole su atlético cuerpo en su estado natural. Y en contra de la debilidad que molía todo su organismo, se excitó dolorosamente, porque tenía la polla hecha una braga usada después del tratamiento intensivo que le había regalado su amo. Manuel se la cogió con la mano y el chico dio un respingo pero le sonrió y cerró los ojos. El amo soltó la minga del chaval y dejó que se quedase dormido a su lado, acompañándolo en el sueño porque no había pegado ojo en toda la noche por culpa del puto crío de los cojones.

La luz de la mañana lo espabiló, o quizás un ruido en la casa, y Manuel se volvió hacia su esclavo, plácidamente dormido aún, y se levantó despacio, sigilosamente, para comprobar como pasaran la noche sus otros perros.

Estaban en su perrera, cada cual en su jergón, tal y como le ordenó a Adem. El más pequeño, Geis, sujeto por una cadena al somier del camastro y el cinturón con cerradura y tapón dentro del culo para evitar su natural promiscuidad. Mientras que Bom, su gran mastín, roncando espatarrado pugnaba por presentar armas intentando luchar con su verga contra la jaula de plástico, parecida a un grifo, que la encerraba imposibilitando que se pusiese tiesa.

Manuel se acercó y se sentó junto a Bom para acariciarle el lomo y la cabeza, diciéndole: “Bravo, mi buen perro. Ayer te portaste muy bien, pero no vuelvas a pensar en coger a mi cachorro y ventilártelo. Aún te duele el culo, verdad?. La tiene muy grande el puto cabrón de Adem. Pero merecías el castigo. Se que azotándote no se consigue mucho de ti, por eso tengo que recurrir a lo que te espanta y anula, no sólo humillándote y degradándote como una puta meretriz de la peor taberna de un puerto, sino también haciendo que te metan por el culo ese aire de machito chulesco que te gastas ante otros esclavos. Siempre eres el gallito vencedor en todas las peleas que los amos organizamos, apostando por nuestros perros. Y hasta ahora tú siempre me has hecho ganar. Sabes de sobra que te quiero y que me gusta admirar tu belleza viril y tu raza de perro de presa sin más objeto en la vida que ser fiel a tu amo.


Y también sabes que para mí clavarla en esa obra de arte que tienes por culo es como si me follase al mismísimo David de Miguel Angel, pero con fuego en el culo que me consume la polla de gusto. Yo mismo te voy a quitar la jaula del pito para que se yerga orgulloso derrochando vida y salud en forma de semen. Adem, dame la llave de este candado”. Y nada más abrir la jaula, el pájaro levantó el vuelo; sin despegarse del cuerpo de Bom, naturalmente, y sin darle tiempo a moverse a su amo, tuvo una gloriosa polución matutina. “Joder!. Con qué estará soñando este hijo de la gran puta!. Y puedo asegurar que no es con la tranca de Adem. Será cerdo el muy cabrón! Menuda pareja!. Si os dejo a vuestro aire tendría que poner una tienda para vender cachorros o me invadíais la casa entre esa zorra y tú”. Y se sentó en el catre del otro esclavo para pasarle la mano por el culo y la cabeza, que resoplaba suavemente como si enfriase una taza de té. Y también le dijo: “tú siempre te portas bien, pequeño. Y también sabes que me gustas porque eres bonito como un muñeco de porcelana china; pero muy puta, eso sí. Tienes una piel tan agradable y un culito que parece una manzana reineta, sobre todo cuando tienes un rabo metido por el agujero. Y a ti no tengo que decirte lo que me haces gozar al abrirte de patas como la perra más salida del mundo y te follo viva hasta que te saltan las lágrimas y tu ojete rebosa mi lefa cuando todavía estoy dándote los últimos coletazos con mi rabo. También te voy a soltar a ti. Pero el cinturón te lo quita Adem cuando te laves; y te pone esa colita que mueves como un molinillo para llamar la atención de este follador irredento que esta ahí tumbado como una marmota... Venga, ya va siendo hora de asearlos y hacer ejercicio. Adem levántalos y dales el desayuno antes de nada”, “Ya lo tienen en sus cuencos, señor. Hay que hacer algo con el otro cachorro, señor?. Inquirió el tremendo africano de mármol negro. “No Adem. Ese otro es cosa mía. Además tiene que dormir y reponerse un poco de la sesión que tuvimos ayer los dos. Voy a mi cuarto y ya te avisaré para que me traigas un buen desayuno, porque necesitaré comer bastante”. “Sí señor”. Respondió el impertérrito criado.

Adem se quedó con los dos perros y antes de sacarlos de sus ensoñaciones se agachó en cuclillas al lado de Bom, mirándolo con una dulzura impropia de aquel bisonte. Extendió una manaza y sus dedos, gruesos como morcillas, rozaron ligeramente el rostro del muchacho y le besó en la frente apenas sin tocarle con los labios. Y bajó hasta el vientre absorbiendo con su lengua, el semen aún fresco del bello potro. Adem adoraba al esclavo en silencio. La única ilusión de su existencia se repartía en servir a su señor con absoluta fidelidad y en gozar de aquel machote si se lo permitía el amo del chaval.

En unos segundos revivió todo el placer de la noche pasada y su enorme polla se endureció. Y con la carpa montada entre las piernas zarandeó a Geis, que al verle el cipote inhiesto sacó la lengua moviéndola como un gatito bebiendo leche. Y el africano se dio media vuelta y tocó la espalda de Bom para despertarlo, provocando un respingo en el chico, que se tocó el ano, aún húmedo y sin cerrar del todo, recordando al instante el terrible pollazo que aquel mastodonte le había endilgado por el culo, abrasándole el recto con su falo ramificado de venas gruesas como sarmientos.

Pero el tiempo dedicado al ejercicio, lograba que Bom olvidase cualquier trauma. El amo había instalado un gimnasio en la casa, para mantenerse en forma tanto él como sus esclavos, y el chavalote se mazaba poniendo a tono su musculatura y corriendo kilómetros sobre una una cinta sin recorrer ni un centímetro. Adem, siempre hierático, cuidaba de que los perros hiciesen los ejercicios adecuados para cada uno de ellos, sin olvidar flexiones ni los estiramientos oportunos, y tras un saludable baño de vapor les relajaba sus carnes y articulaciones con unos masajes que envidiaría un pachá otomano. Manuel cuidaba bien a sus perros y sabía como tenerlos satisfechos e incluso felices dentro de su condición de esclavos, porque aunque no le preocupase que sintiesen placer en el sexo, si le importaba el bienestar y la salud de sus cachorros.

Estaba orgulloso de la belleza de tales ejemplares y los exhibía antes sus amigos, provocando más de un reguero de lascivia por la comisura de los labios de otros amos. Y era en las reuniones que hacían para enfrentar a sus campeones en la lucha cuando más disfrutaba. Bom sin duda alguna era el mejor y nunca había sido vencido por un contrario. A los perros se les aceitaba el cuerpo y competían desnudos, pero con un artilugio de castidad puesto en sus genitales para que no se corriesen ni montasen durante la contienda. También se les enfundaban en las extremidades patucos y manoplas sin dedos para evitar arañazos que les marcasen la piel y un bozal para que no se mordiesen durante el enfrentamiento. Ganaba el que inmovilizaba al contrario bajo su cuerpo, sin posibilidad alguna de que consiguiese ponerse a cuatro patas de nuevo.

Resultaba enervante ver a dos cuerpos relucientes y resbaladizos, pletóricos de salud y energía, empujándose uno al otro, con sus miembros entrelazados, para derribar al contrario obligándolo a besar el suelo. Aplastándolo con el pecho para impidiendo que se le escurra y rompa la presa, hasta dejarlo indefenso rumiando en su boca el amargo sabor de la derrota. La gloria del triunfo y el premio de la apuesta correspondían a su amo. Y al vencedor, bajo la mirada voraz y rabiosa de los vencidos, se le recompensaba quitándole el bozal y poniéndole en el suelo ante sus fauces una cena extraordinaria servida en un bol de lujo. Saciada su tripa, su amo lo montaba delante de la concurrencia, todo lo salvajemente que fuese capaz, colmándolo con su semilla, que se recogía en un cuenco, nada más sacarle la verga, para dársela de postre al campeón como un reconocimiento especial por su arrojo. Después se liberaba su miembro y su propio amo lo ordeñaba sobre un bol, para que el esperma del ganador sirviese de alimento al perro derrotado por él en la pelea, dándole así algo de su fortaleza.

Era todo un ritual para los amos, pero en ese juego Manuel había ganado muchos cuartos gracias a Bom.

Y Geis también participaba y tenía su función. Se le ponía un suspensorio de raso negro y un collar con piedras brillantes, como si fuese un caniche, y lamía y chupaba las pollas de todos los amos que lo deseasen, mientras los otros perros luchaban. Y si a su amo le apetecía, se sentaba a horcajadas sobre sus rodillas, enganchado a su cuello como un mono titi, y brincaba sin parar follándose como una loca, hasta que se señor se hartaba y lo dejaba caer al suelo, ordenándole que le limpiase la verga con la boca.

Limpios y repuestos de las fatigas del ejercicio, Bom y Geis se entretenían en la cocina alrededor de Adem, esperando que les cayese algo de lo que el garañón zaino preparaba para el desayuno del amo, que ya estaba dispuesto para cuando el señor ordenase que lo sirviesen.

Sin embargo iba a enfriarse el refrigerio porque Manuel volvió a acostarse junto a Jul, velando su sueño y aguardando un movimiento del chico que le indicase que ya estaba despierto para gozar con él otra vez. Verlo tendido sobre su propio lecho le infundió una ternura infinita hacia su esclavo. Y lo cierto era que aquel ser había nacido para ser suyo y su destino como perro sólo era ser usado sin más objeto que satisfacerle. Manuel ya estaba convencido que sería el dueño de Jul mientras viviese.

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