lunes, 14 de noviembre de 2011

Capítulo 4 / La prueba

Se abrió la puerta del sótano y Manuel apareció en el umbral con unos vaqueros bien puestos, marcando paquete y resaltándole la potencia de sus muslos y culo, ceñidos por un cinto de cuero negro de amplia hebilla y una camiseta blanca en la que se dibujaban todos los músculos del dorso como si fuese una segunda piel. El atuendo lo remataba por los pies con calcetines de algodón y zapatillas deportivas, también de color blanco.

Jul, que seguía en el jergón aunque estaba despierto desde hacia un buen rato, se deslumbró con la claridad de la escalera y pestañeó, cerrando unos segundos los ojos, al encender la luz su amo. Sin embargo bastaba su olor y entrever su silueta para que se iluminase su vida y latiese su corazón como un loco desenfrenado. Ya estaba otra vez con él y volvería a usarlo y a poseerlo, o lo que le saliese del culo hacerle porque lo importante era servirle y darle todo el placer que un estúpido perro pudiese darle. No se atrevió ni a moverse a pesar de que la cadena que todavía llevaba enganchada al collar no estaba sujeta al catre ni a la pared, simplemente colgaba esparramándose por el suelo.

Manuel se acercó al chico despacio y le espetó con voz seca y autoritaria: “Levántate, cerdo. Vístete y largate”. El muchacho se quedó de piedra. En un instante no supo como reaccionar y el mundo se le vino encima como en un terremoto. “No me oyes, guarro?. He dicho que te pires. Venga. Ahí tienes la puerta abierta. Eres libre, Vete a tu casa o donde te salga del pijo”. Los ojos verdes del crío se abrieron en un gesto de no entender nada y se nublaron de estupor. El amo lo amarró con fuerza y lo arrastró fuera del jergón. Y cogiendo de un rincón la ropa del muchacho se la tiró a la cara. Y le gritó otra vez: “ Que te vayas, coño!”. Y le quitó el collar de malos modos. “Anda, mea antes de nada no vaya a ser que te lo hagas encima otra vez, marrano!

A Jul le superaba la situación y no podía pensar. Qué había hecho para que su dios lo despreciase de tal forma. Desde que lo encontró en los urinarios del parque fue un puto perro dócil al que le hizo cuanto quiso y le salió de las pelotas, al muy cabrón y ahora, sin más y sin motivo, lo echaba de su lado con una patada en el alma. La peor y más dura que le había dado hasta ese momento.

Sin levantar la vista y sorbiendo el llanto y los mocos meó en el cutre retrete y se vistió. Primero se puso los gallumbos algo deteriorados, luego el vaquero raído y algo flojo y a continuación los calcetos y las zapas de baloncesto, sin atar los cordones, y terminó metiendo por la cabeza rapada una camiseta con letreros un poco larga para él.

Mirando de reojo al amo salió por la puerta y subió la escalera sin saber siquiera ni el tiempo que había pasado allí dentro. Ni si era de día o de noche, aunque le parecía imposible que hubiesen sido dos días y ya fuese domingo. Incluso se le había quitado el hambre que tenía hace un rato, porque no había probado bocado en todo su encierro y su carcelero sólo le había dado agua para beber. De la impresión se la había cerrado la boca del estómago y no le entraba ni una aceituna.

Manuel iba delante sin mirarlo, como si de repente ya no existiese. Abrió la puerta de la calle y los saludó un resplandor que anunciaba el amanecer de un día luminoso, propio de un domingo en que la gente sólo piensa en salir a la calle, pasear y pasarlo bien. Pero por desgracia no era así para Jul. Para él podía ser el peor día de su vida al peder al hombre que lo conquistó tratándolo como a un perro y follándolo como a una puta zorra que no merece más que desprecio. Aquel duro individuo mal encarado era su amo. Su único dios. El amor que siempre había soñado desde hacía tiempo sin ser consciente de ello, hasta que dos bestias lo violaron en los retretes del parque.

Manuel se detuvo en la misma puerta de la casa y el muchacho pasó por su lado sin osar mirarlo y tomó hacia la izquierda como podría ir para el otro lado, porque le daba igual una cosa que otra dado que no sabía ni donde puñetas estaba.

Miró atrás y vio a Manuel aun en la entrada con la puerta abierta y un nudo se le formó en la garganta que le impedía hasta respirar. Y escuchó otra vez la voz de su amo: “Jul. Ven aquí. Rápido!”. El chico no era capaz ni de mover los pies pero arrancó de repente y se lanzo hacia Manuel llorando como un niño perdido. Manuel abrió los brazos y lo estrechó apretándolo con fuerza. Y le dijo: “Bien, chavalote. Creo que has superado la prueba con sobresaliente. Podría haberla alargado un día más pero ya es suficiente. Ven. Ahora si mereces ser mi esclavo.”. El chico hipaba desconsolado y el hombre lo consoló: “No llores más muchacho que no te voy a dejar marchar. Sólo quería saber si deseabas irte y ser libre o quedarte conmigo y ser mío para siempre.”. “Sí, mi señor. Mientras tú lo quieras seré tuyo.”. Dijo el crío con firmeza como jurando por lo más sagrado para él.

Entraron en la casa otra vez y el chico se iba directo a la escalera que le conduciría de nuevo a su calabozo. Pero Manuel lo agarró por los hombros y estrujándolo contra su pecho le indicó otro camino. Le mostró un portalón de madera tachonada que no estaba cerrado con llave, que al empujarlo les franqueó el paso a un hermoso patio con flores y plantas, en cuyo centro del empedrado soltaba agua un chafariz por un solo caño. Y alrededor del ese lugar tan apacible, se alzaba un piso con un corredor sobre columnas, rematadas en arcos, que lo cerraba formando un cuadrado perfecto. El chico se quedó un tanto asombrado. Y mucho más cuando su amo le soltó: “Esta es mi casa. Y desde ahora la tuya. Bueno. Lo cierto es que ni se si tienes familia, ni donde vives ni que haces. Pero te quiero aquí a mi lado. Así que arregla tus cosas donde sea y te instalas aquí. Entendido, cabrón?.” . “Sí, mi señor.”. Contestó el chaval sin poder creérselo del todo.

Iba a vivir con su dueño!. Con su macho y en un casón de la hostia!. No podía ser cierto. El no deseaba nada que no fuese servir y adorar a su señor. Y a cambio de su abnegación y entrega su amo iba a cuidarlo y protegerlo como nunca lo hizo nadie. Ya que a su padre ni lo conoció y su madre había muerto un lustro antes a causa de una enfermedad mal tratada que el chico nunca supo muy bien cual fue. Ahora vivía en casa de una prima segunda de su abuela, pero la mujer se iba con frecuencia al pueblo y él se las apañaba bien estando solo. Cobraba una pensión de orfandad y con los estudios alternaba algún trabajo para ir saliendo adelante con algo más que lo justo. Pero al ser verano no tenía ni trabajo ni clases y de ahí que fuese con más frecuencia a zanganear al parque donde lo cazó su amo. La verdad es que no tenía mucho que arreglar para quedarse con su señor.

“Tienes algo importante en esa casa?”. Preguntó el señor. “La ropa y poco más, mi amo. Bueno, un MP3, un PC clónico que monté yo mismo y un par de balones de fútbol, las botas, el chandal, una mochila y una bolsa de deporte, mi señor. Y las cosas de aseo, cepillo de dientes, desodorante, colonia y todo eso, mi amo...Y el cargador del móvil, mi señor, porque el móvil me lo birlaron hace poco mientras jugaba al fútbol, amo”. “Ya veo. Todo un ajuar.”. Comentó Manuel. Y añadió: “Bueno. Por el momento lo dejamos allí porque no te va a hacer falta para nada. Ok?”. “Sí, mi señor. También tengo allí la cartera con el DNI, una visa y veinte pavos y otros cincuenta metidos en una lata, que son tuyos mi señor. Ah y lo que tenga en la cuenta del banco, claro, que serán unos quinientos euros por lo menos. Te lo daré todo mi amo”. Dijo el chiquillo, que más que pisar flotaba sobre las piedras del patio de la casa de su señor. “Todo un capital, pero no lo necesitamos para nada.”. Contestó Manuel, pensando para sí que ambos tenían de común carecer de una familia, pero a él lo habían dejado forrado, mientras que el puto crío no tenía donde caerse muerto. Y el chico, por un momento pensó: “Será tan rico este tío?. Si todo esto es suyo, menuda chabola que se gasta el menda....Joder!”.

Pero si de algo podía estar seguro Manuel era de que a Jul lo que menos le importaba era su dinero y toda la fortuna que pudiese atesorar. Su pasión era él como persona sin más atributos que aquellos que lo embelesarón durante su encierro y le demostró que además de un macho era un amo con todas las de la ley. Y además de castigarlo y humillarlo, lo hizo gozar como nunca soñó en su puta vida. Cierto que los putos violadores lo hicieron correrse dos veces sin tocársela, pero con su amo era completamente diferente. Con su señor se corría hasta por el culo solo con rozárselo. Subía al cielo y bajaba para volver a subir, como en una montaña rusa sin fin. El sexo con Manuel era mejor que el parque de atracciones con túnel del terror incluido. Sin salir de un sótano tenía todas la emociones que podía imaginar e incluso algunas inimaginables también.

Pero la peor, la más dura fue la tortura psicológica al echarlo a la calle sin saber por que ni en que había disgustado al cabrón de su dueño. Eso estuvo a punto de destrozarlo por dentro como si le hubiesen dado a beber un ácido corrosivo. Le dolió mucha más que la fusta, el cinto y las pinzas en sus pezones. Y se sintió más humillado que limpiando sus orines con la lengua en el suelo del sótano o corriendo alrededor de la mesa a cuatro patas como un puto perro de mierda. Y encima, con la amenaza de no volver a ser follado por su extraordinario macho, ni notar sus dedos dentro del culo hurgándole y acariciando su próstata, que le producía tal placer que sólo de pensarlo se corría como una zorra. Y estaba seguro de volverse loco si le hubiera privado para siempre del sabor salado de la leche que le daba su dios, permitiendo que le mamase el teto ciclópeo e inagotable de su polla dura y erecta como un faro costero de granito encalado. Y mucho menos dejar de notar dentro de su cuerpo el gordo cipote de su amo perforándole el culo como si pretendiese sacar petróleo de él. El supremo y doloroso placer de semejantes enculadas por nada del mundo podría perdérselas, aunque tuviera que lamer los suelos de todos los urinarios del mundo si así lo quería su dueño. Porque incluso cuando lo folló con el agua dentro del vientre, Jul tenía que admitir que aún cagándose vivo y muerto de dolor por los retortijones, había disfrutado como una puta cerda calzada por dos potentes machos. Tenía el culo lleno a tope, como si dos rabos enormes le diesen caña bien empotrados en su recto. Desde luego el puto cabrón de su amo sabía como saciar a un miserable perro y dejarlo espatarrado en el suelo chorreando semen por la minga y el culo.

Y su amo interrumpió sus meditaciones con algo más prosaico pero necesario: “Tendrás hambre, supongo.”. “Sí, mi señor. Mucha, mi amo”. Casi gritó el chaval. “Está bien. Ahora tomarás un buen desayuno. Y luego a hacer tus tareas, que aquí tu vida no va a ser de rositas si es lo que crees”. “Haré lo que mandes, mi amo. Tú eres mi única ley para mí, mi señor”. Contestó Jul.

Y a Manuel se le pasó por la cabeza la terrible idea de que hubiese apostado demasiado fuerte al echarlo y el crío se hubiese marchado. Por supuesto no era esa su intención. Necesitaba al muchacho más de lo que él hubiese querido cuando lo cazó en el parque. El chico era oro de ley y algunos siglos antes hubiese valido su peso en oro multiplicado por tres, por lo menos. Manuel era el dueño de Jul, pero el muchacho se había adueñado del corazón de su amo sin pretenderlo, pero de una forma inexorable. Nunca volvería a ser libre, pero su suerte no iba a ser peor que la de muchos siervos cuyo patrón los explota por un salario de hambre. En el fondo por primera vez en su vida la suerte le esbozaba una sonrisa y Manuel sería para él su amo, su amante, su maestro y su padre, como Adriano lo fue para su amado Antino.

Pero, acaso no le iba a dar polla con el desayuno?. Qué mejor reconstituyente que la leche de su propio amo para empezar la jornada!.

Al parecer, el chico aún no conocía bien hasta que punto podría llegar la generosidad de su dueño a la hora de tratar a su esclavo como es de ley .

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