jueves, 10 de noviembre de 2011

Capítulo 2 / La caza

Durante dos semanas se atormentó con la idea de volver al parque a buscar lo que ahora deseaba. Un hombre de verdad. Un puto cabrón que lo machacase vivo a base de hostias y folladas. Y así lo hizo un viernes sobre las cinco de la tarde.

Merodeó frente a los retretes esperando su oportunidad, que apareció con un cuarentón fornido y más alto que él, con el ceño fruncido y una cara de mala leche oscurecida por una barba de dos días y la cabeza casi rapada. Sus antebrazos, descubiertos al llevar remangadas las mangas de la camisa, eran fuertes y velludos. Y el resto de la ropa tapaba, pero no ocultaba, un pedazo de tío de la hostia.

Julio entró tras él y el macho ya estaba delante de un urinario sacándose la verga. El chico se puso en el de al lado y con trabajo logró sacar la suya que ya estaba tiesa como un palo. El tío ni desvió la mirada pero, sin desarrugar ni un ápice el ceño, dibujó una medio sonrisa mientras movía delante a atrás el pellejo de su polla, que empezaba a crecer y ponerse gorda como una morcilla.

El muchacho miró alucinado el tamaño y grosor que alcanzaba el nabo de su vecino y lo único que pudo pensar fue que con semejante lomo embuchado podría matarlo aquel cabrón. Que sin molestarse en mirarlo le echo mano al culo, apretándoselo, para ascender acto seguido hasta la nuca y agacharlo, colocándole la boca a la altura de su paquete. Y, tras darle un sopapo en la mejilla, le llenó la boca con su enorme tranca obligándole a mamar.

A Julio le dolía la minga de tan dura que la tenía y justo delante de sus rodillas se formaba un charco con las secreciones que caían de su uretra. Pero le entraba tan adentro aquel trabuco que se atragantó, dándole arcadas, y el muy hijo de puta del otro cabrón le atizó otra bofetada y le apretó la cabeza, pegándole los morros contra su pelvis, y retorciéndole una oreja, dijo; “Traga, mamón de mierda, que te voy a enseñar como se come una polla. Abre la boca, maricón!”.

Y continuó dándole polla con tanto impulso que al chaval le faltaba el aire y se bababa escurriéndole la saliva por el mentón hasta el cuello.

Perdió la noción del tiempo chupándole el rabo a aquel fulano y si dependiese del chico, hubiera devorado un salchichón tan apetitoso durante el resto del día y la noche. Mas sólo iba a ser su merienda.



Con un empujón aun más potente, el tiarrón lanzó su semen en la garganta de Julio, que ni tiempo tuvo de saborearla antes de tragársela sin desperdiciar ni una gota. Le pareció muy espesa y abundante, pero pasó por su faringe sin disfrutar lo suficiente del regalo, que únicamente le dejó un regusto salado en el paladar.

No quería soltar la verga ni tampoco se lo permitió el otro. Y con una voz autoritaria le dio la primera orden: “Sigue chupando y límpiamela hasta sacarle brillo, puta asquerosa!... Mira cómo has puesto el suelo, cerdo!. Vas a lamer del suelo esa puta babilla lechosa que sueltas por el jodido pito de marica que tienes entre las piernas, so zorra!”. Y de un empellón lo apartó, sacándole el rabo de la boca para meterla dentro de su bragueta. Y con una patada en el culo lo puso a cuatro patas a fregar el piso con la lengua. Y el problema era que cuanto más lamía más pringue soltaba por el capullo el pobre coitado, manchando el suelo en otro lugar.

“Serás puerco!”. Le gritó el puto abusón que era la causa de aquella emanación de jugo seminal. Y lo levantó por las patillas y le propinó un revés en los morros mandándole guardarse la polla en los pantalones. Julio, cagado de miedo, obedeció sin levantar la vista de su pretina, en la que ya se veía la mancha de su propia lascivia.

“Sígueme”. Dijo el tío con voz gruesa, abandonando el lugar. Y Julio perdía el culo dándose prisa para salir detrás de él. El machacante se dirigió a la salida del parque a grandes zancadas y el muchacho tuvo que apurar el paso para alcanzarlo. Se puso a su vera y recibió otro guantazo en la cara al tiempo que oía decirle: “Aparta, perro de mierda!. Ven detrás mía y a cuatro pasos de distancia o te muelo a palos, estúpido!. Y que no tenga que repetírtelo dos veces”. Estuvo tentado a dar media vuelta y echar a correr, pero un impreciso torbellino dentro de sus entrañas le impidió irse y fue detrás suya, como un cordero, camino de su destino.

Destino, sí. Tanto referido al lugar donde se dirigían como a lo que a partir de entonces sería la vida de aquel crío que todavía no cumpliera veinte años.

Caminaron un largo trecho, deprisa y sin dar resuello al muchacho, y llegaron a una casa antigua deteniéndose ante una puerta pequeña y descolorida. El malhumorado cabronazo la abrió con su llave y entró. Julio también traspasó el umbral y solamente se fijó en una escalera que parecía descender a un sótano, por la que bajaron sin decir palabra.

El tipo aquel abrió otra puerta de hierro y encendió una luz que colgaba del techo. Efectivamente era una especie de almacén, bastante grande, en el que no había mercancía alguna, sino una mesa de madera de unos dos metros de largo y forma rectangular, colocada en el centro, y un par de sillas del mismo material, toscas y fuertes. Al pie de unos de los muros se veía una colchoneta de rayas, estrecha, sobre un catre metálico. De la pared contraria, alicatada con azulejos verdes, salía un grifo de cobre con dos llaves y una manguera enroscada a su izquierda, bajo el que estaba un gran pilón de acero, cuadrado, y también un retrete blanco a su derecha, cuya cisterna, colocada a dos metros del suelo de baldosas grises, se vaciaba tirando de una cadena. Y adosadas al tercer muro había unas argollas de hierro, unas más altas y otras a menos altura, y del techo pendían más anillos férreos, de tamaño mediano, y unos ganchos muy apropiados para colgar jamones. El resto de la decoración la formaban dos armarios de metal y una especie de aparador con cuatro cajones en el centro y una puerta a cada lado.

A Julio le entró miedo y apenas pudo balbucear: “Podría ir...”. Y de un cachetazo lo calló el otro, dirigiéndose a él con mirada amenazante: “Ni se te ocurra volver a abrir la boca si no es para chupármela. Tu no tienes ni que pensar!. sólo contestarás a lo te pregunte, mocoso del carajo!”.

El chico quería pirarse de allí, pero las piernas no le respondían. Y además ya era tarde para renunciar porque el maromo había cerrado la entrada y echado el cerrojo. Y ni se enteró de que le estaba bajando los pantalones, dejando al descubierto la mancha almidonada que lucía en la delantera de sus calzoncillos. “Eres un puto marrano!”. Exclamó el gachó. Y el chico se meó de pánico. “Joder!. Será hijo de puta este mierda de los cojones!. Añadió. Y continuó gritándole: “Se ha meado, el puñetero!...Vas a fregar el suelo con tu puta lengua. Cochino!”. Y a Julio se le doblaron las rodillas y como un autómata fue sorbiendo el meo hasta no dejar el menor rastro.

“Y ahora ven aquí que te voy a arreglar el cuerpo”. Dijo el puto cabrón de los cojones. Amarró al muchacho por el pelo y lo arrastró hasta la mesa, inclinándolo sobre ella. Se quitó el cinto que sujetaba sus vaqueros y le zurró el culo con saña mientras Julio, empalmado como un borrico y volviendo a segregar babilla por el pito, contaba en voz alta, temblorosa y sollozante, uno a uno los cincuenta azotes que le dio aquella bestia malhumorada. Al terminar no podía ni moverse y le escocía hasta el alma. Y el puto amo lo enganchó otra vez por el cabello y lo incorporó de un tirón. Luego le arrancó la poca ropa que le quedaba sobre el cuerpo y lo llevó al pilón. Allí, desnudo, temblaba como una vara verde y el bruto le ordenó que se arrodillase y sacando la polla fuera de la bragueta le meo encima y jugó practicando su puntería para meterle algunos chorrillos en la boca. Aquel crío ya casi estaba completo. Leche, meo, insultos, hostias y zurras. Solamente faltaba que le trabajasen el culo a fondo. Y eso no se hizo esperar mucho más tiempo.

Primero lo regó en frío con la manguera y lo secó minuciosamente con un gran toallón muy suave. Después lo cogió en brazos y lo tumbó sobre la mesa boca abajo. Julio ya no temblaba ni tenía miedo. Se sentía relajado y cachondo como una puta perra y daría su vida por un buen pollazo que le partiese el culo en dos. Pero sólo notó en la espalda y las nalgas el frescor de una crema que Manuel, pues ese era el nombre del fulano, le aplicaba con la mayor delicadeza para que penetrase bien en la piel. Podría ser así el paraíso?. Se preguntaba Julio. Cómo aquel cacho animal de pronto era tan amable?. Le gustaba aquel trato pero al mismo tiempo estaba confundido. Jamás hubiese imaginado que semejante cabrón tuviese un atisbo de sentimientos humanos. Manuel le separó las piernas y continuó por ellas su albor refrescante, hasta que el chico, ya medio en sueños, sintió que unos dedos hurgaban en su esfínter, entrando y saliendo con suavidad. Instintivamente levantó ligeramente el culito, facilitando la penetración, y comenzó a notar como un grueso cilindro de látex le ocupaba el recto.

Lo iba a follar con un trozo de goma!. Se sorprendió el chaval. Pero Manuel ya le bombeaba el culo con el puto consolador, clavándoselo totalmente. No es que tal sensación le disgustase al muchacho, pero sin duda hubiese preferido la enorme tranca de Manuel, jodiéndolo sin piedad hasta preñarle violentamente el espíritu con su esperma y su virilidad.

Por fin le sacó el dildo y lo apartó de sus pensamientos oír de nuevo su voz: “Humm...Veo que sabes limpiarte bien el culo. Lo haces con lavativas?”. “Con la ducha”, dijo el chico. Y nada más decir eso le arreó un palmetazo en el trasero, gritándole: “Señor!”. Siempre te dirigirás a mi diciendo, sí, mi amo, o sí, mi señor. Repítelo!”. “Sí..., mi señor”, repitió débilmente el chaval. Pero no era bastante y le chilló otra vez con palmada incluida: “Con la ducha, mi señor”. Y Julio lo dijo otra vez sin olvidar nada. “Así que ibas buscando quien te diese por culo, maricón?”. Preguntó el otro. “Sí, mi señor”. Contestó el pobre crío. Y Manuel puntualizó: “Ya me decía yo que había cazado a una puta zorra. Vaya, vaya. En el parque como una perra esperando que la monte algún macho. Pues diste con la horma de tu zapato, puta guarra. Vas a ser absolutamente mío, niñato de mierda, y te enseñaré como se complace a un macho de verdad”.

La fascinación por aquel tío crecía por momentos en el chico y no deseaba más que estar junto a él y servirle. Quería que lo usase como le saliese del puto culo al muy hijo de perra!. Cada minuto que pasaba, Manuel le dejaba claro a Julio que, a su lado, sólo era una mierda pinchada en un palo y su existencia anterior simplemente estúpida e insulsa. Merecer que un dios se molestase tan siquiera en escupirle en los morros, le resultaba impensable.

El macho lo volteó en la mesa y lo atrajo a un extremo hasta ponerle el culo al borde de la tabla. Le elevó las patas, apoyándole los talones en sus hombros, se escupió en la mano para lubricarse el miembro y le endiñó el pollón hasta los huevos. Julio creyó morir al ser penetrado de un golpe viendo la cara de lujuria y placer de su dios al meterle entera su divina verga. Y un escalofrío le sacudió el cuerpo de la cabeza a los pies. Por fin lo poseía su amo y él se entregaba sin condiciones para ser fecundado de felicidad.

Manuel se folló al esclavo dosificando el empuje para gozarlo en cada átomo de su pene. Tanto le clavaba el rabo haciéndole chillar de dolor como lo movía despacio acariciando su interior con el mayor cuidado. Unas veces la follada era rápida y otras pausada, recorriendo el conducto anal con parsimonia procesional. Al chico se le revolvían los ojos y se nublaba su vista como si fuese a perder la consciencia. Su polla, erecta a tope y enrojecida por el calor de su sangre ardiente, no era más que un pálido reflejo del placer orgiástico que le recorría todo el cuerpo. Si aún le quedaba leche de tanto líquido que segregaba, no era necesario que eyaculase, porque ya se corría de gusto su alma. Ansiaba el orgasmo de su señor pero no quería que semejante polvazo acabase. Como se dice vulgarmente, a Julio se le estaba haciendo el culo gaseosa.

Pero el amo le sacó la churra del culo y lo cogió en brazos para ponerlo otra vez en el suelo. Y ni tiempo le dio a suponer lo que le haría, porque lo giró hacia la mesa, inclinándolo para que pegase la cara y el pecho a la madera, y lo abrió de patas calzándosela otra vez, pero ahora por detrás como un garañón monta a su yegua. Y Manuel siguió follándolo cada vez más fuerte, calcando como para atravesarlo de parte a parte, y el coitado muchacho se corrió por el pito y por el culo sin poder contenerse ni un segundo más. Y Manuel no descabalgó y aún le dio caña a Julio un rato más, hasta que con dos potentes sacudidas, metiéndosela muy adentro, lo preñó con su leche. Y el puto crío ya estaba otra vez empalmado y cachondo como una burra.

El amo lo llevó de nuevo al pilón, chorreando leche por el culo que le escurría por detrás de los muslos, y lo masturbó para bajarle la calentura y extraerle el semen que atiborraba sus cojones, para dárselo de postre como a un chico obediente que se porta bien. Luego lo lavó como un amoroso padre baña a su hijo pequeño y secándolo con cariño lo puso encima de la mesa boca arriba y lo apresó a las cuatro patas con unos grilletes de cuero que le puso en las muñecas y los tobillos. No eran necesarias las palabras puesto que el amo era dueño soberano para hacer con el puto esclavo lo que le diera la gana. Y Manuel , con una maquinilla de mano, le rasuró el sexo al chaval sin dejarle un puto pelo en el pubis ni en los huevos. Una vez sin el vello púbico, lo miró tranquilo y sin fruncir el ceño, admirando en silencio la belleza del joven cuerpo del chico. Y le dio un fuerte beso en la boca escupiéndole su saliva dentro. Lo desató de la mesa, pero no le quitó las esposas de cuero, y con las manos atadas a la espalda lo sentó en una silla y, con una rasuradora eléctrica, le rapó la cabeza al uno. “Así es como debe adecentarse a un esclavo”. Le dijo Manuel. “Ahora sólo te falta un detalle”. Añadió el amo dándole la espalda para ir hasta uno de los armarios. Y al volver traía un collar de cuero en al mano que se lo abrocho al cuello a Julio diciéndole: “Eres mi eslavo y mi puta para satisfacerme cuando me plazca hacerlo, como y donde yo quiera. Y durante tu adiestramiento llevaras puesto este collar. Tu collar de perro. Y tu nombre será Jul”

Evidentemente la vida de Jul había cambiado radicalmente. Atrás quedaba el niñato que sólo se divertía jugando al fútbol y cascándosela con otros colegas de su edad. Y junto a su amo, en poco tiempo no lo conocería ni la madre que lo parió.

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